Escrito por: Jonatan Romero

Rosa Luxemburgo nació un 5 de marzo de 1871: mientras la comuna de parís se ahogaba entre sangre y fuego una revolucionaria llegaba a esta vida para desafiar el orden burgués unos años después. Su vida y obra abrió un camino inédito en el movimiento de masas, aunque la obra de Marx y Engels son monumentales, con “La Roja” encontró un matiz histórico y práctico muy particular. Muchos la consideran como una camarada valiosa, pero su figura queda subsumida en al orden de Lenin y Trotsky. Su propia amiga, Luise Kautsky, le reclama su determinación revolucionaria en la comuna de Berlín y consideró que, en esa batalla emancipatoria, a Rosa le faltó inteligencia. No se dan cuenta que su potencia revolucionaria radicó en que siempre luchó por la liberación de sus hermanos de clases.

Muy a pesar de la época, Rosa nunca optó por la figura moderada o sumisa que esa postura era muy común en la mujer de ese siglo. Su postura ante la vida y la revolución siempre fue de determinación dialéctica. El Partido Socialdemócrata Polaco recibió los primeros torpedos teóricos de esta gran mujer y el mecanicismo marxista de la época siempre se topó con pared con la aplicación de la filosofía hegeliana de Luxemburgo. En el debate de 1896 sobre la cuestión polaca, Rosa no dio tregua alguna al nacionalismo ramplón de los supuestos herederos de Marx y su postura abrió el camino al internacionalismo proletario. Desde sus inicios, su inteligencia no estaba a disposición de los maestros de su época, sino su trabajo estaba al servicio de la liberación de la humanidad de las garras de la economía capitalista.

El debate sobre el derecho a la autodeterminación de los pueblos frente al internacionalismo proletario no puede reducirse solo a dos premisas de principio de la vigencia de un supuesto marxismo, sino que, en todo caso, el centro de debate está en la factibilidad de una organización proletaria revolucionaria. Polonia no se presenta como un problema geopolítico, pues, en realidad, la lucha de clases está presentando una posibilidad dialéctica: se construye las bases del socialismo o se entrega esa base a la reacción. A Rosa le preocupa ceder el espacio al nacionalismo burgués y, con ellos, las clases dominantes terminen por beneficiarse de la problemática ahí presentada. El carácter revolucionario del proletariado no puede reducirse a una cuestión nacionalista, porque ellos no tienen patria: el mundo es su hogar.

El problema del internacionalismo no pudo ser resulto ahí, no porque, Rosa estuviera errada en su planteamiento, pues, bajo otra mirada, su dialéctica histórica necesitaba madurar sobre esos planteamientos teóricos ahí plateados ante los llamados eruditos del marxismo. Por ende, Reforma o Revolución se convertirá en el arma revolucionaria por excelencia y, en ese libro, su tesis central evoluciona de manera muy interesante, ya que su mirada pone énfasis en la cuestión del método comunista. Mientras Bernstein y Schmitt quería revisar la obra de Marx y Engel y Hegel debía desaparecer de la teoría proletaria para integrar al Kant moralista. Rosa rompe con esa visión y su énfasis radica en defender la teoría del derrumbe en El Capital e impulsar la toma del poder por la clase trabajadora.

El debate tomó un rumbo muy interesante, cuando, muy a pesar de los marxistas, Rosa no apuesta por la reforma o por la revolución, sino que su lucha será en el sentido mismo de la lucha dialéctica. El cuestionamiento a Bernstein no se centra en la reforma en sí, por el contrario, la reforma es el camino y la revolución es el fin último. El problema se presenta en su forma inicial, pero su solución no está acabada aún. Pues, la reforma no puede caminar aislada de la revolución y viceversa. Aquí, el cuestionamiento sería como hacer para la unificación de esos momentos, en ese tenor Rosa no tiene los elementos sobre ese tema. El punto está en el propio debate que la revolución social debe partir de la lucha proletaria y que este es el protagonista de esa empresa.

En Reforma o Revolución ya se presenta el tema más importante de la obra de Rosa, el cual se centra en la organización política y teórica del proletariado. Mientras el oportunismo quería hacer pasas la discusión teórica entre iluminados, por el otro lado, la polaca hacía hincapié en la necesidad de acelerar la conciencia de clases de los dominados. De manera latente, en este libro, la consciencia de clase no era producto de unos eruditos del marxismo que estos tenía que transferirlo a la humanidad ignorante. Los proletarios deben desarrollar su despertar político, pero este proceso se debe dar en la lucha misma del movimiento revolucionario. Este posicionamiento iniciará un proceso de lucha al interior de la vanguardia revolucionaria, ya que muchos de ellos siguen pensando en la implantación de la conciencia comunista desde afuera.

Bélgica será el escenario por excelencia de este proceso y la coyuntura se centrará en el voto universal. Mientras la vanguardia jugó tácticamente en esa lucha política, por el otro lado, el movimiento de masas necesitaba llevar hasta sus últimas consecuencias la lucha revolucionaria. Emile Vandervelde se justificó ante el partido socialdemócrata alemán que el momento necesitaba llegar hasta ahí y, así, la victoria parcial no se perdiera en ese momento. Rosa refutaría duramente esa tibieza política, ya que, en ese momento, el movimiento de masas no necesitaba de estrategias ajedrecísticas, sino de que este llegará hasta el final de la lucha para conquistar su legítima demanda. En últimas, quién tiene la palabra última de las batallas, en este caso no son las vanguardias, sino, todo lo contrario, el proletario debe dar todo su esfuerzo por la lucha.

Rosa abrió una avenida muy grande a la organización social, en donde la vanguardia pierde su capacidad revolucionaria y, por vez primera, el movimiento de masas se coloca en el centro del propio proceso revolucionario. En el debate belga, el voto universal era una demanda de la propia clase trabajadora, los eruditos la tomaron oportunistamente en ese proceso y esa casta dorada negoció su posición política a costa de los dominados modernos. El proletario quería llevar hasta sus últimas consecuencias la lucha y su lucha daba para conseguir esa posibilidad, pero el oportunismo cercenó esa posibilidad. Ahí, Rosa encontró su propia marca en el movimiento de masas y su dialéctica histórica buscará fusionarse con la lucha proletaria para hacerlos una.

En el debate belga, Rosa sería implacable contra el oportunismo de Emile Vandervelde, pues, por un lado, el comunista de Bélgica creía que la lucha proletaria debía definirse bajo las leyes del ajedrez y, por el otro lado, la comunista polaca defendía que la lucha proletaria maduraba en la propia lucha proletaria. La revolución social no depende de teorías externas al movimiento de la clase trabajadora, sino que el trabajador mismo crea su propio marco epistémico y práctico de emancipación. La afirmación de que la clase trabajadora no puede determinar su rango de acción solo significa que el partido reproduce el oportunismo. Sólo la clase trabajadora tiene el derecho de decidir hasta donde llegar y si es necesario hay que apostar por todo. La madurez política proletaria solo puede llegar en la propia lucha revolucionaria y los dominados no pueden quedar aislados de las definiciones políticas del propio movimiento de masas.

La revolución rusa de 1905 encontrará su esplendor en el pensamiento de Rosa Luxemburgo. La huelga política de masas aparecerá como la herramienta revolucionaria por excelencia y el movimiento de masas podría utilizarla para luchar en contra del capital. La lucha proletaria rusa emocionó mucho a la comunista polaca a tal punto de que su ejemplo lo tomó como punto de partida para sus reflexiones teóricas. Ella encontró el mecanismo perfecto que la reforma y revolución necesitaban para no fracturarse en la lucha revolucionaria. Su lucha en contra del anarquismo y oportunismo se vio bastante clarificado, cuando el proletariado ruso dio un golpe en la mesa en el mundo europeo y Europa tembló ante su presencia. Frente a este escario vale la pena hacer una serie de indicaciones teóricas, para que su postura quede reflejada lo mejor posible.

La huelga política de masas se presenta como el fundamento de la conciencia de clases, en donde la vanguardia pierde su hegemonía forzada y las líneas tácticas se deciden en el propio movimiento revolucionario. La madurez política ya no depende únicamente de la influencia de un pensador u otro, sino que la discusión se da en el propio colectivo y entre todos se toma el rumbo de la propia lucha emancipatoria. El proletariado no solo toma en sus manos las decesiones de luchar, sino también del programa mínimo y máximo. Aquí, la lucha por el poder político encuentra su propio sello de clase oprimida, ya que la organización no está centralizada en una casta dorada y la toma de decisiones se va construyendo de manera colectiva.

La huelga política de masas toma como punto de partida la lucha permanente, por eso mismo el socialismo no solo se vuelve en un arma política, sino que el proletariado tiene ya la herramienta para construir una sociedad nueva. Si el enemigo es la sociedad capitalista, entonces la lucha por la emancipación se debe dar en el propio seno de la barbarie moderna: la fábrica. La parálisis productiva daría en el centro del poder del capitalismo y la clase trabajadora tendría la posibilidad de arrebatarle la hegemonía a la clase dirigente. La toma de la fábrica y de la tierra se convertiría en una necesidad histórica que el movimiento obrero tendría que construir en su revolución permanente. Las luchas económicas no solo son paliativos, sino que, dentro de un movimiento obrero, las reivindicaciones laborales podrían incentivar la lucha por un sistema social nuevo.

La huelga política sería el mejor lugar para que la humanidad creará una forma nueva de cultura. Una revolución comunista necesita de una revolución cultural, pero esta no viene de los astros o pensadores grandes, pues, en todo caso, la revolución de las consciencias será edificada desde los dominados modernos y, por ende, el espacio por naturaleza es la parálisis de la economía capitalista. De lo que se trata ya no es de lucha económica o lucha política o lucha cultural, sino aquí el enfrentamiento debe darse en todos los órdenes. Solo el movimiento obrero puede salvar al movimiento obrero. La lucha de desgaste, de asalto y prolongada se hacen una en este escenario, ya que la lucha en contra del capital en la sede del dominio debe contemplar los golpes rápidos, mediano y de largo plazo.

Finalmente, Rosa nos convoca a la creación de una herramienta o un arma revolucionaria para derrotar a la sociedad capitalista: la dialéctica revolucionaria hecha por Marx, pues no está completa. El error radica en la creencia de que un erudito debe contemplar la tarea. La economía política burguesa transitó hacia una proletaria y, por lo mismo, la lógica proletaria debe transitar hacia una comunista. Esta no puede nacer de un mundo exterior, sino que la lucha política del proletariado la construye de forma permanente. Rosa no nos convoca a encerrarnos en nuestros estudios, sino que la humanidad debe salir a lucha por la emancipación de su y nuestra clase: el proletariado. Solo en la lucha, la dialéctica comunista podrá florecer y la sociedad burguesa podrá ser vencida en algún momento.

El proletariado tiene ya un arsenal muy potente de armas revolucionarias, su utilización se hará más efectiva en tanto su práctica revolucionaria se vaya adentrando al movimiento de masas. La teoría no puede avanzar sin práctica, pero tampoco la práctica debe desligarse sin teoría. La dualidad podrá amalgamarse en la propia lucha revolucionaria y la huelga política de masas puede convertirse en ese lugar de consciencia de clases. El partido no necesitará de una vanguardia exquisita, ya que el partido revolucionario debe convocar a la militancia permanente. Si el proletariado quiere derrotar al capitalismo, entonces este debe llevar la guerra al ojo de ese huracán. El proletariado debe ser consciente de que el capitalismo es salvaje en todas sus formas y que la libertad y felicidad solo vendrá de la derrota de este sistema decadente.

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México vive una especie de tormenta perfecta, por un lado, la izquierda ha emprendido un camino hacia un proyecto plebeyo, y, por el otro, la derecha se ha dejado ver de cuerpo completo, sin filtros. El movimiento obradorista no se ha definido en este momento y la definición de las oligarquías y sus voceros cada vez ayudan a entender que su derrota no debe ser únicamente moral, sino que hay que desaparecer la raíz de su poder: lo económico. El lawfare está representando algo positivo a la lucha de clases, porque el capitalismo se define como autoritario y antihumanista. El lawfare solo está demostrando que la lucha de clases existe en pleno siglo XXI y que la revolución social no puede ser plebeya o del pueblo, sino que su carácter debe ser proletario.

El lawfare no solo es una guerra jurídica como algunos quieren interpretarlo, sino que la burguesía está utilizando sus medios económicos para destruir a un gobierno emanado de la clase trabajadora. Aquí reside el meollo del asunto, los que creen que la lucha judicial se acabará con una reforma sin la movilización proletaria, entonces están haciendo dos omisiones muy graves: la reforma no puede funcionar sin una revolución social profunda y el obradorismo no es una alianza plural, sino la clase trabajadora es la principal fuerza de este movimiento. La reforma judicial necesita si o si de la fuerza proletaria y, por ende, la lucha política tendrá que pasar a una lucha económica. El lawfare llevará a un enfrentamiento de poder económico a poder económico y Rosa Luxemburgo nos ilumina una vez más: la huelga política de masas detendrá en última instancia al lawfare.