Escrito por: Jonatan Romero

Karl Marx y Friedrich Engels escribieron un 21 de febrero de 1848 una declaración de guerra a la sociedad burguesa y este trabajo se presentó en un manifiesto muy provocador que, en pleno siglo XXI, muchas ideas siguen inquietando a las generaciones que habitan en este tiempo. El hito histórico que se abría en plena revolución proletaria en Europa era, en todo caso, una guerra civil planetaria: por un lado, la burguesía se consolidaba como una potencia necrofílica y, por el otro lado, la fuerza proletaria emergía como un rayo esperanza dentro de una era de tinieblas y también, ¿por qué no decirlo?, la era de los asesinos. Después de esta obra, la lucha de clases se manifestó sin velos y ni medias tintas, por eso mismo, la burguesía no puede asumir su aporte científico.

Los proletarios encontraran en esta obra una brújula política, para, primero, el horizonte emancipador se asome a los ojos de los dominados modernos, y, segundo, el norte socialista ayude a la clase trabajadora a que no se pierda en un viaje con muchas seducciones de la burguesía. Aunque, si la guerra civil es la forma específica de la era burguesa después de 1848, entonces este texto se presenta ya no como una brújula, sino que se transforma en un arma revolucionaria. Las herramientas emancipatorias se crean de alguna manera en el propio movimiento de masas y las armas se afinan dentro de la propia lucha que avanza durante capitalistas. Lo anterior pasa en este punto, porque el manifiesto es una obra viva.

El carácter de esta sociedad es la defensa del valor de cambio, es decir el dinero mueve al mundo de manera especial. La humanidad se somete al ritmo de los caprichos de las mercancías, entonces la sociedad queda subsumida a la forma de valor y el carácter humano se forja mediante la cantidad de oro y plata que el ser humano tiene en sus bolsillos. Ovidio enamoró a la cultura con su gran Rey Midas que todo lo que tocaba lo convertía en oro y la tragedia se manifestó en su forma más cruda: toda la vida se le esfumaba de sus propias manos. El capitalismo hizo realidad aquella epopeya clásica y la mitología quedó rebasada por la misma realidad impuesta por la propia burguesía.

El carácter histórico de la burguesía podría situarse como la crisis permanente, es decir, mientras el pensamiento burgués apoyó la idea del equilibrio general, Marx y Engels hicieron hincapié en la incapacidad de regular los desequilibrios de la economía y la ley del capitalismo sería la del derrumbe inminente. Porque, primero, el plusvalor está conectado con la caída de la tasa de ganancia, segundo, las crisis cíclicas se van manifestando, dependiendo de la duración (por ejemplo, ciclos de juglar, ciclos de Kitchin y ciclos de Kondratieff) y, tercero, la crisis capitalista explota en los albores de la depresión económica. La economía burguesa no se puede mantener por sus propias bases y su vigencia depende de la acumulación a gran escala.

La economía capitalista se abre paso mediante el conflicto bélico, es decir las colonias juegan un papel importante dentro de la producción de mercancías por las mercancías. Las fronteras históricas se vuelven nada frente a los cañonazos modernos, pues, si el plomo no pudo someter a sociedades en el pasado, por el otro lado, el dinero conquistó sociedades milenarias de un solo golpe. La guerra se convierte en un mecanismo de acumulación de capital, entonces la invasión juega un papel determinante en el aumento de la tasa de ganancia. El capitalismo muestra sus propios límites y, por ende, la conquista de una sociedad nueva es una cuestión de vida o muerte.

Frente a la crisis burguesa, el proletariado emerge como el sujeto revolucionario por excelencia, es decir, dentro de la guerra de clases, los desposeídos de este sistema serían los actores principales del cambio. Marx fue bastante claro en este punto, porque la lucha estratégica será dentro de dos grandes polos y uno de ellos convocará la transformación social y el otro se enfocará con cuidar las ganancias de unos cuantos y, por lo mismo, el mundo será condenado por la ley del valor que se valoriza. En este texto, la convocatoria es muy clara y la bandera roja hace mención de que “solo la clase trabajadora puede salvar a la clase trabajadora”. El libro rojo no quiere imponer un sistema económico por otro de manera autoritaria, sino que la apuesta es despertar consciencia y que el proletariado milite de forma permanente.

La primera dimensión de la revolución proletaria, el sistema capitalista se basa en la ley del valor que se valoriza, es decir la ganancia mueve toda la sociedad mercantilizada. Pero, Marx y Engels fueron muy determinantes en este caso, el plusvalor se crea en el corazón de la economía capitalista y los proletarios son los productores de la riqueza transferida y del valor nuevo. La razón instrumental tiene como premisa a la clase trabajadora, porque ellos son el fundamento de la barbarie capitalista y, por ende, su despertar es una condición fundamental para conquistar una sociedad nueva. Si los trabajadores modernos son el corazón del dominio, también ellos se pueden convertir en la luz que este mundo necesita para cambiar este mundo caótico y lleno de muerte.

La segunda dimensión de la revolución proletaria, el proletario se comporta como una mercancía, es decir su comportamiento se basa en los ciclos de los precios. Su capacidad de consumo se basa en estos términos, por un lado, la oferta y la demanda determina el número de obreros y su ingreso y, por el otro lado, la tendencia histórica es la desvalorización del trabajo asalariado. El tiempo histórico ya no tiene en su coordenada las mejoras de la sociedad, sino que la clase productora por excelencia está condenada al colapso civilizatorio. Tarde que temprano, la explosión revolucionaria despertará bajo las condiciones de la miseria moderna y el trabajador apostará por una sociedad nueva.

La tercera dimensión de la revolución proletaria, el despertar del proletario no se da de forma automática, ya que la lucha política y económica debe ser permanente. Los primeros estallidos sociales no son tan determinantes, pero la militancia le da un horizonte emancipatorio claro conforme la lucha de clase sigue su curso. La conciencia de clases no viene de afuera, es decir los especialistas de la revolución no existen, sino que el constructor de esta forma nueva serán los albañiles politizados de forma permanente. La conquista del socialismo no viene de una forma vertical, entonces la democracia directa consolidará una sociedad nueva con base en la organización política permanente.

Finalmente, la revolución comunista se muestra como la única vía para que esta sociedad decadente sea abolida desde sus bases materiales. El partido tiene una función esencial en este aspecto, ya que el horizonte debe aclarase para el proletariado, y, por ende, el objetivo debe ser claro tanto en su programa mínimo y en su programa máximo. La lucha por el poder político se hace muy necesario y liquidar al Estado debe ponerse al mismo nivel que la socialización de los medios de producción. La dictadura del proletariado no puede subestimarse en esta trayectoria y, por lo mismo, su construcción se hace desde una organización política que tenga la claridad sobre el objetivo final: la caída de la sociedad comunista. Marx y Engels nos dan mucha claridad sobre ese objetivo.

Vale la pena reflexionar sobre una nota al pie sobre lo anterior y, en este caso, la cuestión está en como ligar el movimiento de masas y la construcción de un partido comunista. La idea es no caer el anarquismo y tampoco que el oportunismo se apodere de la lucha parlamentaria. Entonces, la huelga política de masa se nos muestra como la herramienta por excelencia del proletariado, en donde el programa máximo y el mínimo se conecten en un solo sentido: la revolución comunista. La toma de las fábricas es un paso hacia la revolución y frenar la producción sería el camino para construir la escuela revolucionaria. La cuestión no sería crear cuadros de políticos profesionales, sino que el resultado sea la consolidación de revolucionarios militantes. La huelga vuelve a nuestra época como el faro que los obreros necesitan para construir una sociedad nueva.