Escrito por: Jonatan Romero

La expropiación petrolera en el gobierno de Lázaro Cárdenas fue un hito histórico y todo mexicano se siente muy orgulloso de esa gesta histórica en 1938. Cada 18 de marzo, la efeméride sirve como una catarsis social, en donde de todo se habla sobre esa coyuntura menos de lo más importante. La educación burguesa nos quiere enseñar una forma de leer la historia, en los libros se habla en todo caso de mitos como si los hechos relevantes de la humanidad fueran una serie de episodios de una tragedia griega. Los héroes se enfrentan a los villanos y el resultado se basa en una dicotomía bastante artificial.

En este caso, la historia mexicana se presenta entre dos facciones bastantes definidas, en donde los mexicanos bondadosos se enfrentan a los mexicanos diabólicos. Lázaro Cárdenas se enfrenta como un héroe clásico, en donde su función fue defender a los ciudadanos indefensos y las grandes historias la hacen los grandes seres humanos. Esta narración queda muy bien en un mundo despolitizado y estos mitos ayudan a adormecer a los dominados modernos. Todos esperamos un mesías que nos ayude a solucionar nuestros problemas. La sociedad no se puede reducir fácilmente, porque los pequeños hombres suelen ser más determinantes que los propios super hombres.

Lázaro Cárdenas solo era un ser humano más que, en la realidad histórica, su figura se alzó gracias a muchos hombres y mujeres que se definieron políticamente en el camino de la izquierda profunda. Pero, la narrativa oficial quiere una vez más desconocer al pueblo organizado, puesto que la otra narrativa apunta hacia un tema de geopolítica. Es decir, los conflictos imperialistas abonaron de manera determinante a este hito, porque el presidente encontró un momento sin igual, como a la derecha le encanta escribir y decir: un cisne negro. Un rayo cayó desde afuera y la historia de México se definió por esa externalidad. En todo caso, la historia no depende de la clase trabajadora de México, sino que los choques externos definen el rumbo de este país.

En ambos casos, la historia no la definen los pueblos organizados, sino que fuerzas ajenas a nosotros nos determinan en la construcción de los acuerdos. La historia no se aleja de los estándares burgueses y la izquierda no puede asumir esas líneas epistémicas. Por ende, sobre los hechos históricos se debe recuperar la máxima marxistas de que el motor de la historia es la lucha de clases: proletarios en contra de los burgueses. En otras palabras, el 18 de marzo no debe perder su carácter de clase, en donde el enfrentamiento fue marcadamente entre dos grandes polos: los dueños del dinero en contra de la clase trabajadora petrolera.

Los intereses de clase estaban a la orden del día, por un lado, las corporaciones petroleras no querían llegar a acuerdos claros en términos de las mejoras de las condiciones laborales y, por el otro, los trabajadores exigían mejores condiciones de trabajos bajo el argumento de las ganancias de las empresas grandes. La lucha se hizo intensa después de la violación de acuerdos básicos, porque la ganancia debe sepultar el aumento del salario. Los trabajadores buscaban mediante sus mecanismos que sus condiciones mejoren dentro de un proceso revolucionario muy marcado. En un primer momento, Lázaro Cárdenas no quería tomar medidas determinantes, pero la organización social fue creciendo hasta el punto en que la posición del presidente de México tuvo que cambiar en algún momento de la historia.

Frente a la indiferencia de la oficialidad, los trabadores tuvieron que recurrir a las herramientas revolucionarias por excelencia: el marxismo clásico. La postura del presidente de México no era una casualidad, sino que su horizonte dependía del carácter de clase del propio Estado. Cualquier gobierno, bajo las reglas de la economía capitalista, no puede rivalizar con los intereses de las oligarquías financieras y, en todo caso, la experiencia previa demostraba que la organización política era fundamental en la construcción de acuerdos para el bienestar de la clase trabajadora en México. Si bien Lázaro estaba encerrado en su propio laberinto, también la clase trabajadora sabía que era necesario romper la cuadratura burguesa del tablero.

La huelga política de masas se activó en el momento justo, ya que los acuerdos no eran tomados con seriedad por parte de las oligarquías financieras. Si la vanguardia revolucionaria mexicana sabía algo muy bien es que la huelga es la mejor aliada de los trabajadores. De alguna manera, el dios dinero no puede tolerar en esta sociedad que los hijos del pueblo exijan y conquisten mejores condiciones de vida, porque la ganancia baja dentro de la dinámica del mercado. Los trabajadores deben recurrir a la gran maestra de la revolución, en donde el hombre nuevo se construye de forma efectiva: parar la producción. Los revolucionarios mexicanos se hicieron especialistas en este tema y, por supuesto, los petroleros no dudaron en el mejor momento en activar este mecanismo histórico.

Cuando la huelga política de masas maduró de forma determinante, pues Lázaro Cárdenas no tuvo opción en tratar de llegar a un acuerdo con los trabajadores que pudiera satisfacer las necesidades históricas del momento. La suprema corte de justica tomó el caso en sus manos y una junta especialista analizó este tema, en donde la figura de Jesús Silva Herzog emergió como un protagonista del momento. El dictamen dio como resultado que las demandas de los trabadores eran legalmente hablando genuinas y que las empresas tenían en este caso que darle una solución en los términos planteados por el movimiento social. Frente al desconocimiento de los acuerdos de los poderes de la nación por parte de las oligarquías financieras, pues el presidente de la república expropió bajo la aplicación del artículo 27 constitucional.

Finalmente, el pueblo organizado defendió esta medida desde el simbolismo político, cuando su presencia se dejó ver en dos grandes momentos históricos. Primero, el pueblo mexicano salió al zócalo a donar sus recursos para que se pudiera pagar los activos de estas empresas. Segundo, una vez que las oligarquías quisieron dar el contragolpe, unos 100 mil trabajadores mexicanos se movilizaron a favor de la defensa de la expropiación petrolera a fuera de las instalaciones de las corporaciones extranjeras. Ambos momentos marcaron un hito en la historia del país, porque estos reflejaron la madurez política de los trabajadores del país y el mensaje fue claro: defenderemos hasta con nuestra vida la expropiación del petróleo. La gran lección revolucionaria sería en todo caso de que la historia la hacen los pueblos: los pequeños hombres se unen para hacer las grandes historias.