Escrito por: Jonatan Romero

Este tres de febrero, la crisis comercial, entre Estados Unidos y México, llegó a su fin, en donde el futuro mostraba el fin del liberalismo económico y contemporáneo, pero los hechos dieron una conclusión bastante diferente a lo imaginado por el colectivo. Todo parece indicar en estos términos que el acuerdo entre Donald Trump y Claudia Sheinbaum se logró sacar en medio de un torbellino de declaraciones y que, en este caso, los dos países pueden decirse vencedores entre el escenario final y el proyectado. Los análisis, en este sentido, no han logrado llevar a cabo una rigurosidad científica, todo lo contrario, la postura cae muchas veces en el fanatismo y los consumidores de contenido solo se quedan con visiones muy acotadas a las filias y fobias. 

En ese sentido, la política arancelaria no puede reducirse a un capricho particular, por lo mismo esta no es el resultado de la locura de un ser siniestro de aquellas tierras, sino que su función responde a las propias necesidades del sistema económico capitalista. En este caso, la crisis económica está poniendo en jaque la forma de acumulación bautizada por muchos como neoliberal y, por ende, el proteccionismo y la industrialización están abriéndose camino en esta época nueva. Por eso mismo, la política arancelaria será realidad tarde o temprano, porque la propia guerra comercial exige su lucha por el espacio vital y las potencias se jugarán su permanencia en tanto puedan controlar sus zonas específicas.

En el caso de los aranceles que Trump quiso imponer a México estos se encuentran en un límite histórico particular, ya que las condiciones no están dadas para una política de esa manera, por eso su aplicabilidad no puede darse en este momento. Lo anterior se debe a dos cosas muy particulares: primero, Estados Unidos y México funcionan como un solo país, es decir las fronteras económicas no aplican en estos dos países, y segundo, las corporaciones americanas no pueden dejar a México, en el tenor de que sus beneficios son muy altos fuera del territorio yanqui. Trump se encuentra en una espiral bastante contradictoria, porque, por un lado, su política exige un regreso de las inversiones productivas a su país y, por el otro, el vecino del sur juega un papel muy importante para el aumento de la tasa de ganancia.

Trump aplicó la política arancelaria, porque él quiere superar la crisis del capitalismo en su país y ahí gobierna el capital ficticio sobre el capital industrial. Su política industrial requiere el regreso de las inversiones estratégicas a Estados Unidos, por lo mismo, aquellas que estén otros países tarde o temprano deberán regresar, para que la tasa de plusvalor pueda cubrir la especulación financiera que hoy impera en el país vecino del norte. De lo que aquí se debe tratar ya no es en realidad de si un gobierno puede negociar con otro gobierno, sino que el capital financiero debe estar contento con las políticas públicas de un estado o de otro y todo parece indicar que eso no está sucediendo en este caso.

La política trumpista ha tocado un límite con los intereses de las grandes oligarquías, por eso mismo el aplazo del arancel solo mide el grado de tensión entre el poder económico y el poder político en aquel país y su solución requiere un sistema de acuerdos entre las dos fuerzas de ese país. El problema que se suscitó en estos días fue el siguiente: las corporaciones querían el aumento del arancel, porque les permitía incrementar sus ganancias con el incremento del precio y, segundo, Trump quiere la tarifa en el comercio exterior, porque le quiere pegar al bolsillo de las grandes empresas y, desde esto, sus inversiones regresen a Estados Unidos. El choque de intereses se dio ya en este contexto y el acuerdo no llegó en lo absoluto.

De esta lucha de intereses, el sector beneficiado fueron las armadoras automotrices, puesto que, con el fin momentáneo de los aranceles, la Ford y la GM tuvieron grandes ganancias en la bolsa de valores y su posicionamiento se vio mejorado en torno a una serie de eventos turbulentos. En ese sentido, México solo se benefició en tanto la lucha de clases en Estados Unidos no ha definido aún el horizonte que gobernará su decadente civilización y, por eso, hoy, la presidenta puede gozar de un triunfo diplomático que se lo da el poder económico neoliberal. Pero, este juego no le beneficia en nada a la Cuarta transformación, debido a que la pelota no la tiene el gobierno mexicano y el desenlace de este juego está basado en el ritmo de juego que te proponga el otro. 

De lo que se trata no es de que se señale si la izquierda deba o no estar de acuerdo con la política arancelaria, sino de lo que se trata es de que la izquierda mexicana entienda de qué es el momento de contragolpear a la política imperialista en todas sus formas: libera y proteccionista. Yo puedo comenzar esta parte del escrito recuperando la valiosa estrategia de volver a posicionar “Hecho en México”, porque el contragolpe está sencillamente en eso en que la industria mexicana se posicione dentro y fuera del país y el futuro será la reconstrucción del mercado interno. Pero, lo “Hecho en México” no puede girar sobre una base capitalista, ya que esta superficie puede boicotear en cualquier momento el futuro de la estrategia, sino que la clase trabajadora deberá hacerla suya.

Por ende, la clase trabajadora mexicana debe poner en la mesa algunas tácticas para que el fin pueda cumplirse y, así, el sueño pueda convertirse en realidad. En este tenor, la organización política deberá convocar ya no el control de los espacios políticos, sino que el pueblo organizado debe planear la toma de los medios de producción mediante un proyecto factible y viable, es decir lo Hecho en México debe significar también lo hecho por la clase trabajadora mexicana. Por eso, el primer planteamiento es que la planificación económica debe convocar a la clase trabajadora como la clase arquitectónica de este proyecto y solo con los trabajadores se puede construir un modelo que esté al servicio de la vida y no del dinero. 

Por eso mismo, un programa político proletario debe tener en la mira la cuestión de que la producción no esté al servicio del valor que se valoriza, sino que el valor de uso sea el eje central de la producción misma. La planificación económica proletaria debe tener en el centro que la producción se conecte de forma armónica con el consumo y, entonces, la crisis de sobreproducción pueda detenerse, eso solo se puede conseguir gracias a la toma de los medios de producción por la clase trabajadora. Lo Hecho en México no puede girar bajo las reglas de la rentabilidad, porque esas leyes van a destruir el proyecto de soberanía y sólo bajo las leyes de una economía proletaria puede florecer un proyecto como el que se está defendiendo en las redes. 

En ese sentido, la planificación económica proletaria necesita, más de que el proletariado tome el poder político, que los dominados disputen la hegemonía del control de los medios de producción y, por eso mismo, el control obrero permitirá una forma nueva de organización social. Los grandes eruditos de la economía no son en lo absoluto los formados en las universidades, ellos están vencidos a los intereses de las oligarquías no importa cómo se llamen, por eso la ciencia económica nueva saldrá solo de la clase trabajadora organizada. El partido revolucionario debe convocar a esta revolución económica, en donde la dictadura del proletariado pueda conectarse con la toma de los medios de producción y una organización más humana pueda florecer de este choque de fuerzas: el proletariado solo puede lograr ese objetivo.

Quitarle la bolita al imperialismo y contragolpear desde la izquierda significa en esta coyuntura de que la clase trabajadora puede comprender su papel en esta revolución de las conciencias y de que el papel histórico no está en ganar espacios en el parlamento. En este momento de apertura democrática es el momento de que los trabajadores se organicen con el fin de construir un modelo económico diferente al actual y, desde ahí, la sociedad socialista pueda abrirse en tiempo de turbulencia. De lo que se trata es de que un partido revolucionario pueda construir un modelo económico para que este le dé el giro al modelo económico y así la clase trabajadora pueda construir la dictadura del proletariado: la planificación económica proletaria es el primer pilar.