Escrito por: Gil Mayoraga.

La clase trabajadora actual, conformada en su parte central por millones de asalariados, se origina, en su raíz más antigua, en la masa de los antiguos agricultores mesoamericanos, que se convirtieron en los asalariados modernos tras un prolongado y duro proceso histórico a lo largo del periodo colonial y de la República independiente. Conviene no entrar en demasiados detalles, pero puede indicarse que la esencia del proceso lo constituyó el despojo de las tierras de labor a las comunidades indígenas, cuyos integrantes pasaron a ser peones de los hacendados españoles, es decir, se empezó a formar una mano de obra, que en un principio no era libre, a costa de las comunidades agrícolas, muy mermadas por el despoblamiento que se produjo en el país a raíz de la invasión española en el siglo XVI.

Esta mano de obra fue puesta al servicio de los Invasores, ya fueran militares, burócratas o religiosos, y fue destinada principalmente a la minería de oro y plata, y secundariamente a la producción de alimentos, de textiles, a la construcción o al transporte. Sin embargo, buena parte de esta mano de obra se basaba en vínculos serviles, como mano de obra cedida por las comunidades como un tributo al Estado o a la iglesia, y no en calidad de mano de obra asalariada. Este proceso, sin embargo, introdujo técnicas de producción nuevas y nuevos productos y por tanto nuevas formas de explotación del trabajo, orientadas ya a la producción de mercancías, lo que sería crucial para el paso al trabajo asalariado a lo largo de los siglos XVIII y XIX. El punto culminante de este proceso fue el periodo porfirista (1876-1911), que arrancó los restos de la propiedad comunal de manos de sus dueños originarios y los entregó no a hacendados mercantilistas sino en gran medida a consorcios capitalistas nacionales y extranjeros, y rompió así definitivamente el vínculo con la tierra de grandes masas de trabajadores. Estos trabajadores en parte recuperarían sus tierras en los años posteriores a la revolución de 1910 pero ya nunca como comunidades agrícolas campesinas sino como pequeños propietarios burgueses, productores de mercancías, cuyas familias se convertirían en núcleos generadores de nuevos trabajadores asalariados. Así, el proletariado asalariado actual tiene su origen en estas sucesivas capas de trabajadores que al final del periodo revolucionario se hallaron libres de vínculos serviles o comunitarios, pero también libres de medios de producción propios, o sea carentes de la tierra y el ganado y por tanto aptos para vender su fuerza de trabajo a cualquier empresa capitalista. Estos trabajadores asalariados hoy conforman la mayoría aplastante de la masa de trabajadores del país.

Hoy en día, los trabajadores asalariados a lo largo y ancho del país enfrentan las condiciones de una sociedad capitalista orientada a mantenerlos en la condición asalariada, esto es, lejos de la posesión de medios de producción propios, y más aún, orientada a extraer de ellos la mayor riqueza posible mediante jornadas de trabajo cada vez más largas y salarios cada vez más bajos, y todo esto en beneficio de un grupo cada vez más reducido de empresarios capitalistas que poseen las mayores empresas, minas, bancos y propiedades para su exclusivo goce y disfrute. Por eso, la existencia de los trabajadores se vuelve más precaria con el tiempo, independientemente de cuánto aumenta su esfuerzo, su creatividad y su habilidad, pues todo lo que invierten en su trabajo no redunda en beneficio propio sino en beneficio de la producción del capitalista, o sea, en el aumento de las ganancias de los dueños de las empresas. Los grandes capitalistas en nuestro país son bien conocidos, poseen empresas como Carso, Televisa, Cemex, Grupo México, TV Azteca, etcétera; así como una gran cantidad de empresas menores que se hayan a su lado, y además hay en nuestro país una gran cantidad de empresas extranjeras como Ford, General Motors, Nissan, Volkswagen, Bayer, además de los bancos estadounidenses y españoles. El conjunto de estas empresas tiene en sus nóminas trabajadores que conforman el proletariado moderno. Salvo los mayores directivos y gerentes, la totalidad de los trabajadores asalariados conforman un proletariado moderno o sea una clase proletaria carente de propiedad privada y que por tanto depende de manera casi exclusiva de su salario para sobrevivir.

Aunque ciertamente los niveles de ingresos difieren de una posición en el escalafón a otra (lo cual ha generado el mito de la “clase media” o “las clases medias”), esta idea de separar a los trabajadores asalariados por un nivel de ingresos arbitrario, en vez de por su situación frente a la producción capitalista, no hace sino enturbiar la visión de los propios explotados acerca de su situación, a fin de ocultarles a ellos mismos su condición de explotados por la economía capitalista. Por ello la idea de la “clase media” y el “emprendimiento” han sido ampliamente difundidos en los medios de comunicación e incluso en la academia, sobre todo a partir de los últimos años, a fin de ocultar y tergiversar las relaciones sociales reales que definen la sociedad actual, basada en la explotación de la gran masa de los trabajadores en favor de una minoría de grandes empresarios, que son los que al final de cuentas se llevan los grandes beneficios del trabajo de toda la sociedad.

Por todo esto, la situación actual reclama de los trabajadores asalariados:

1. El reconocimiento de su condición de explotados y de no poseedores de propiedad privada.

2. El reconocimiento de sí mismos como clase social.

3. El reconocimiento de la dominación de una minoría de poseedores sobre el conjunto de la economía, la sociedad y el Estado.

4. El reconocimiento de la situación crítica actual y el callejón sin salida que representa para la sociedad humana una producción material sin límites y sin otro objetivo que la ganancia.

5. Desarrollar las tareas prácticas para el cambio de la sociedad, para la erradicación del capitalismo y para el derrocamiento de la clase poseedora en favor de los que sí trabajan.

Para esto es indispensable refutar aquellas voces que hablan de un esfuerzo individual como base de la liberación del trabajador, por cuanto lo único que representan es la desesperación de los trabajadores ante la precariedad en que viven, desesperación que solo puede conducir a la inmovilidad política, a la apatía y a la descomposición de la propia clase trabajadora, por cuanto la liberación individual del trabajador es imposible bajo las condiciones actuales, tal como lo indica la experiencia de los últimos 200 años; ya que para liberar un trabajador, o sea, para convertirlo en propietario, se requieren cientos, quizá miles de trabajadores que se hundan en la precariedad. La “libertad” así obtenida, además, no convertirá al “liberado” en un ser realmente libre, sino al contrario, lo encadenaría a la sed insaciable de ganancias que es típica de todo capitalista, con todas las secuelas de inhumanidad, miedo y frustración que eso conlleva.

Por ello, las tareas históricas del proletariado moderno de nuestro país son las mismas que las del proletariado mundial:

-Dejar de lado la “mejora” del capitalismo, pues el capitalismo sólo puede ir de crisis en crisis y de guerra en guerra.

-Abandonar las ilusiones de liberación individual, que son políticamente perniciosas y sólo pueden llevarlo a la apatía y la frustración, y

-Abrazar definitivamente su propia condición de clase, con la organización política y económica propias como los ámbitos de su verdadera lucha por la libertad y el bienestar.

Solamente está lucha puede constituir una promesa de futuro, no sólo para los propios trabajadores sino para el conjunto de la sociedad humana, por cuanto es la única que puede garantizar que los frutos del esfuerzo humano sirvan para todos y no sólo para una minoría empeñada en servirse a sí misma sin servir a nadie más.