Escrito por: Gil Mayoraga. 

Uno de los temas más discutidos dentro y fuera de la teoría marxista es la cuestión del papel revolucionario atribuido al proletariado y en general a los trabajadores. Esta cuestión no puede subestimarse, dado que tiene inmensas consecuencias para la estrategia y la táctica revolucionarias.

Por principio de cuentas, el papel revolucionario del proletariado se debe a determinadas condiciones políticas y económicas intrínsecas a la sociedad capitalista y no a una maquinación de una minoría intelectual. Es una cuestión vital del día a día, pero oscurecida bajo toneladas de propaganda ideológica capitalista.

El capitalismo, a lo largo de toda su existencia como régimen social, sólo puede sobrevivir a costa de mantener a la mayoría de la población carente de propiedad y viviendo de su salario, y al mismo tiempo, de tener a un gran grupo de gente sin siquiera empleo para sostenerse. Estas son las bases de toda la riqueza capitalista y es la razón de que los intereses a largo plazo de los trabajadores no coincidan con los de los capitalistas.

Estas condiciones emergen de la situación objetiva, real, sin embargo, se objetará que si eso es cierto ¿por qué el régimen capitalista se mantiene si está en contra de los intereses de la mayoría de la población? ¿Por qué no votamos todos el fin del capitalismo?

La respuesta a este cuestionamiento va en el sentido de que todo régimen social, incluyendo el capitalista, crea los mecanismos ideológicos, políticos y económicos para imponerse, desarrollarse, y así perdurar en el tiempo. Uno de los más eficaces y sólidos pilares en que descansa el régimen social capitalista es el Estado, un aparato dedicado a mantener a raya, mediante la represión y la corrupción, cualquier protesta o demanda que exceda los límites de lo permisible para la tranquilidad de la clase dominante, la clase capitalista.

Y esto es algo crucial, los intereses a corto plazo de los trabajadores, tales como salarios suficientes o altos, buenas condiciones de vida, democracia liberal, derechos sociales, etc., no atacan la base del régimen social, no implican la destrucción del régimen. Pero los intereses a largo plazo de los trabajadores sí que representan una amenaza para la dominación del capital, pues exigen el fin del desempleo, de la pauperización, de la represión y de la guerra, y el establecimiento de la democracia directa proletaria. Estas demandas sólo podrían materializarse, hacerse posibles y viables, con el fin de la explotación de una mayoría de trabajadores por una minoría de capitalistas y con el fin del Estado al servicio de los capitalistas. Los intereses a largo plazo de los trabajadores, pues, exceden por mucho los límites del régimen social capitalista, de hecho, representan su destrucción en tanto régimen social y su reemplazo por un régimen social nuevo, que necesariamente tiene que dejar atrás la explotación que representa el trabajo asalariado, tiene que representar un estadio nuevo de progreso material y espiritual no basado en la explotación.

Así, en la medida en que los trabajadores, con el proletariado a la cabeza, se acercan al reconocimiento de sus intereses a largo plazo, adquieren conciencia de su oposición al capitalismo como régimen social, se dan cuenta que sus intereses a corto plazo sólo tienen sentido táctico en el marco de una estrategia dirigida hacia el fin del régimen capitalista, de su corrupción, y de su represión.

Ciertamente este no es un proceso sencillo y libre de contradicciones, demanda gran esfuerzo y sacrificio de los miembros más avanzados del proletariado para alcanzar un alto grado de organización, así como una maduración de las crisis propias del capitalismo, crisis políticas, económicas e históricas, que abren los ojos de millones de trabajadores sobre la inviabilidad y el absurdo del régimen capitalista y la necesidad de su destrucción, destrucción que sólo está en manos, en última instancia, de la clase social revolucionaria, la trabajadora, con el proletariado a la cabeza.