Escrito por: Gil Mayoraga.

Históricamente el fascismo se ha caracterizado por ser un movimiento de masas opuesto al socialismo. Contrariamente a lo que en los medios se ha querido ver como una corriente de pensamiento y acción política «antisistema”, el fascismo ha sido una formación de choque encaminada a la defensa de los intereses de clase de la clase capitalista. Esto ha quedado demostrado a lo largo de la historia ya desde la formación del fascismo europeo occidental «clásico» hasta el momento presente de crisis global y general del capitalismo.

En el momento actual las formaciones fascistas no necesariamente se identifican como tales frente a los ciudadanos y las clases sociales ya que aún está presente el descrédito generado a partir de la Guerra Mundial y el genocidio nazi, sin embargo, por poco que se analicen estos nuevos movimientos es relativamente visible la defensa a ultranza del capitalismo, la apelación a las masas, el nacionalismo chovinista y el militarismo; que son características fundamentales del fascismo a lo largo de diferentes épocas.

El fascismo en Latinoamérica hunde sus raíces en el militarismo y el nacionalismo del siglo XIX, orientados a la defensa de los intereses de los grupos oligárquicos que se hicieron con el poder en las naciones recientemente independizadas. Estos grupos militares se caracterizaron por la represión en masa e incluso llegaron al genocidio de los pueblos indígenas, y a partir de ellos se formaron los ejércitos nacionales y las clases dominantes que, tras un largo y tortuoso camino, se convirtieron en las clases capitalistas nacionales.

Décadas después, a raíz de la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial muchos militares y políticos fascistas se refugiaron en América Latina, entrando al servicio de la oligarquías y los ejércitos nacionales en la represión de los pueblos o simplemente escondiéndose de la persecución de que eran objeto en Europa, sobre todo a manos de los gobiernos socialistas o incluso del estado de Israel; sin embargo, incluso sin esta transfusión de elementos fascistas europeos, la ruta del nacionalismo en Latinoamérica impulsado por las clases capitalistas (nacionalistas y racistas), no hubiera tardado en derivar hacia la incubación de grupos de corte fascista, que en nuestros países tienen un claro tinte criptofranquista debido al peso de la iglesia católica en la formación del poder en países con instituciones casi inexistentes al margen de la religión. Por ello, los grupos fascistas en América Latina han unido a la defensa del capitalismo y del nacionalismo, la defensa de la religión católica.

La última década ha visto ascender a nuevas formaciones de corte fascista entre las cuales podemos incluir los casos de Bukele en El Salvador, los golpistas en Bolivia y Perú, Bolsonaro en Brasil y recientemente, de Javier Milei en Argentina. En este último caso Más allá de su estrepitosa campaña plagada de exageraciones y gestos altisonantes, es patente la situación de crisis crónica del capitalismo argentino, que ha conducido a la clase capitalista a la búsqueda de soluciones de choque en contra de los intereses de los trabajadores, ya que a final de cuentas, en el caso de países como los nuestros en donde el capitalismo ha sido obstaculizado para crecer «hacia afuera», de expandir sus negocios cruzando las fronteras nacionales, se ha visto obligado a crecer, por decirlo así, «hacia adentro» , obteniendo los recursos que no puede obtener en el exterior a costa de incrementar la explotación de los propios trabajadores del país, para lograr lo cual el fascismo no es más una herramienta; pues se trata a fin de cuentas de destruir los derechos y el bienestar de los trabajadores para transferir esos recursos a una clase capitalista en crisis de la misma manera que ocurrió en la Europa imperialista, que buscaba desesperadamente romper las fronteras nacionales incluso mediante la guerra a fin de obtener super beneficios.

Por esto mismo, en este momento de crisis del sistema capitalista y frente a la emergencia del fascismo en América Latina es indispensable la defensa más férrea del socialismo científico, revolucionario.